Recuerdo el año en que descubrí a Cranberries, tenía 15 años y un montón de sueños en la cabeza; todos los días al salir del instituto veía "Los 40 Principales",estar al día con la música en mi juventud era básico para mí, discos nuevos de viejos conocidos y nuevos grupos.
"Zombie" no era una canción cualquiera, así que no pasó desapercibida, y lo mejor de todo, no sólo me gustaba lo que oía sino también lo que veía, la estética de la cantante con ese aspecto de rockera medio mística que criticaba los desastres de la guerra me cautivaron, pensé: "Joder, he encontrado una cantante que me guste que no está muerta". Tenía amigas que les gustaba Madonna, Roxette,...pero con la única con la que me identificaba era con Jenis Joplin, por ser de una época que me volvía loca, y aún todavía, y por su libertad en los escenarios, su fuerza, su emoción. Ahora había encontrado un punto medio, una cantante reivindicativa, rockera y sensible a la vez.
La cantidad de noches que volvía a mi casa afónica de tanto desgalillarnos cantando esta canción, no importaba porque la música estaba tan fuerte que nadie podía oírnos y, en parte, nos servía como desahogo de tantos problemas de adolescente.
Hace ya 14 años que la escuché por primera vez, luego se han sucedido discos que, cada uno a su manera, me han hechizado, unos por oscuros, otros por inocentes y tiernos, y no deja de sorprenderme. El domingo fui a verla al auditorio de Murcia y creía que vería un concierto tranquilo, lleno de baladas, pero todo lo contrario, empezó con la canción que menos me esperaba oír esa noche, “Zombie”, levantando con un golpe maestro a todo el público, e intercalando canciones viejas y nuevas, logró mantener el mismo espíritu durante todo el concierto, pero no fue sólo eso lo que hizo de ese concierto un momento tan especial, la manera de sentir la música en su cuerpo, como un niño travieso y consentido, con maneras masculinas al andar, libre de todo prejuicio, el contacto directo con la gente de las primeras filas a las que tocó mil veces sus manos, y por supuesto, la sorpresa de la noche, el momento en que se bajó del escenario y cantó toda una canción entre el público que intentaba tocarla pero sin atosigarla, sentir la piel de quien te transporta tantas veces a la felicidad, fue un momento único, se confundía entre la gente que cantaban contagiados de euforia, éramos todos una misma voz, una marea humana de la que salió Dolores O’Riordan para volver a su escenario y seguir cantando, con una voz llena de colores, temas que nuestra memoria ha conservado con el paso de los años.
A todos los que fueron al concierto, enhorabuena, momentos así sólo se viven una vez en la vida.
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